Como señala Inés Dussel en su prólogo, La política en la escuela (2013) pone en discusión un lugar común de la sociedad contemporánea: que los y las jóvenes son apáticos y no tienen iniciativa. El autor del libro, Pedro Núñez, es doctor en Ciencias Sociales, investigador del Conicet y se especializa en la relación entre juventud, escuela y política.
El nivel secundario aparece siempre bajo sospecha. Predomina un tono desesperanzado que señala la pérdida de su calidad educativa y que lamenta que las cosas ya no sean como eran antes. Sin embargo, lo cierto es que, como señala Núñez, pocas veces se repara en las innovaciones que ocurren al interior de la escuela media y, muchas veces, son generadas por novedosas prácticas juveniles.
La política en la escuela describe la situación de la educación secundaria (niveles de cobertura, tasas de permanencia, etc.) y los dispositivos que la institución pone en marcha para lograr acuerdos de convivencia. No obstante, el aporte más valioso del autor es la detección y análisis de las maneras en que tiene lugar la “socialización política juvenil”.
Dos años antes de que el movimiento #NiUnaMenos dejara en evidencia que los (y sobre todo las) adolescentes se convirtieron en protagonistas centrales del activismo político, Núñez advirtió sobre el espesor del compromiso militante en la escuela secundaria argentina. Entre 2010 y 2012, fueron jóvenes de varias provincias, por ejemplo, quienes se pusieron al frente de los reclamos por mejoras edilicias. La organización de largas tomas de escuelas en la ciudad de Buenos Aires, que requerían de niveles muy altos de solidaridad, responsabilidad y autodisciplina, también ponía en entredicho la idea de que la juventud era apática.
A partir de esta irrupción del protagonismo juvenil, el autor se encarga de rastreas las múltiples maneras en que la política se hace presente en las escuelas secundarias. Uno de los hallazgos de la investigación es que el activismo estudiantil no se reduce a la existencia o no de un centro de estudiantes. Señala Núñez que la ausencia de centros de estudiantes en una institución no significa que no existan reclamos por parte de los y las estudiantes. Y agrega: “es plausible afirmar que este tipo de instancias ha logrado consolidarse en las instituciones de mayor antigüedad (…) más que en escuelas creadas en tiempos más recientes” (2013: 122).
Por eso, de acuerdo con el autor, es importante detenerse en otras formas de organización y participación juvenil, como los cuerpos de delegados o las asambleas periódicas. Además, resulta necesario dar cuento no solo de las prácticas de mayor visibilidad (como la toma de escuelas), sino también de “pequeñas resistencias con fuerte peso simbólico, como un grafiti en la puerta de la escuela, hasta la apelación a la mediación de los docentes para que el reclamo sea resuelto por la figura directiva” (ibíd.: 123).
El trabajo de campo realizado en las escuelas en el que se sostienen las conclusiones de La política en la escuela permite dar cuenta de nuevas formas de protagonismo político estudiantil y, además, de una multiplicación de las acciones autónomas de los y las adolescentes. Cuando se lee este libro seis años después de su publicación, nos parece encontrarnos frente a la cocina de lo que hoy conocemos como “La revolución de las hijas” o “La ola verde”. El empoderamiento juvenil se estaba gestando de a poco en las aulas de la escuela secundaria argentina.
@AAUNAHUR
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