En nuestro país, la docencia, la investigación y la escritura, aunque en términos ideales deberían ser actividades conexas, pocas veces van juntas. Quizás porque la universidad –más que el instituto de formación o el profesorado– es “el lugar” en el que se investiga y se hace ciencia y, con mayor seguridad, por las propias condiciones en las que trabajan maestros y maestras y profesores y profesoras en las escuelas iniciales, primarias y secundarias a lo largo y a lo ancho de la Argentina, en las que el día a día a menudo hace muy difícil la reflexión (y la producción de conocimiento) sobre la propia práctica, así como sobre la realidad cotidiana de estas instituciones y de los chicos, jóvenes y adultos que las habitan.
Es así que las discusiones en materia de educación a menudo incluyen a funcionarios y académicos pero no siempre a docentes. Y más aún si el escenario de esas discusiones son los medios de comunicación.
Así las cosas, la salida del libro Lo que puede una escuela. Una construcción sin modelos, compilado por Julián Mónaco y Alejandro Pisera, editado en septiembre de 2019 por UNSAM Edita y Miño y Dávila e impulsado por la Fundación Cultural Glaux, trae consigo una voz que –paradójicamente– parece “nueva”: la de aquellos y aquellas que trabajan todos los días en las aulas (directoras, orientadoras académico-pedagógicas, docentes, tutoras, maestras de grado, maestras jardineras, talleristas, coordinadores de área). Trabajadores y trabajadoras de la educación con trayectorias diversas que ponen sobre la mesa propuestas didácticas efectivamente realizadas, así como reflexiones teóricas acerca de la práctica pedagógica.
En particular, la comunicación de las propuestas didácticas trae una novedad importante: la inclusión de algunos elementos de la llamada “crónica periodística” (descripción de personas, lugares y objetos; diálogos; pintura de escenas; y otros recursos narrativos) que ubican al lector dentro del aula, cerca de las prácticas concretas de las que se habla.
Se trata de nueve capítulos, organizados en tres ejes temáticos. El primero de ellos (“Relojes y paredes. Otros cuerpos, otras subjetividades”) incluye un conjunto de textos que se preguntan por el tiempo y el espacio escolares en las condiciones actuales y por cómo hacer de la escuela un espacio cada más permeable a las diferentes potencias que portan los estudiantes. En “No se vive por materias”, Gabriela Jiménez, Mariana Márquez, Gabriela Muollo y Valeria Suriano indican que “la complejidad actual está en la contradicción entre una escuela que no cambió tanto, que sigue teniendo algunos fines y algunas obligaciones que son las mismas de siempre, pero que, al mismo tiempo, es interpelada por nuevos sujetos que nos obligan a repensar nuestra tarea: nuestros qué y nuestros cómo” (Mónaco y Pisera, 2019: 45) y presentan tres proyectos que atacan esa complejidad abriendo, precisamente, tiempos y espacios no tradicionales a través del cruce productivo de diferentes materias. Geografía, Fisicoquímica y Matemática en una salida al Delta del Tigre; Estrategias comunicacionales y Sistemas de Representación en el proyecto “Cooperativismo y organizaciones del tercer sector: visibilidad y estrategias de comunicación”.
En “Abriendo puertas”, en tanto, Mariana Fernández Camacho explora algunas estrategias posibles para transformar parte del afuera que se mete en la escuela (desde las redes sociales hasta la nueva agenda de temáticas de género) en material para ser pensado y problematizado colectivamente.
El segundo eje, “Ida y vuelta (lenguajes que abren mundos)”, agrupa tres capítulos en los que la preocupación gira, esta vez, en torno a los saberes que deben portar los estudiantes para hacer frente a la vida contemporánea. La pregunta de los autores no es solo qué nuevos lenguajes debe proponer la escuela sino también de qué manera debe hacerlo para que los niños y los jóvenes puedan componer mundos propios y potentes. Los textos de este eje funcionan, también, como una suerte de archivo vivo de didáctica, con propuestas que abarcan los niveles inicial, primario y secundario.
En “El juego simbólico en el nivel inicial” las docentes Ximena Lais Pérez, Rosana Nieva y Myriam Vigo recuperan lo lúdico y lo imaginario como una estrategia eficaz para trabajar contenidos y operaciones abstractas y complejas. Ya sea conformando “Brigadas verdes” o jugando a los “Cocineros argentinos”, abordan cuestiones como el cuidado del medio ambiente y la alimentación saludable.
En otro artículo de este apartado, los y las autoras confrontan el “mito de la no lectura” y despliegan estrategias para lograr que se produzca un contacto genuino con los textos, esto es, que los estudiantes puedan apropiarse de ellos de tal manera que ese encuentro resulte en una experiencia movilizante.
Por último, el eje “¿Inclusión o ilusión? (en busca de lo real)” aborda una problemática que adquirió particular relevancia en los últimos años: cómo conseguir una inclusión genuina en medio de la infinidad de obstáculos que deben sortear quienes hacen la escuela cotidianamente. Las autoras de este eje, sin embargo, no se lamentan, sino que reelaboran el desafío de alcanzar una verdadera inclusión cuando coexisten, a veces contradictoriamente, una “estructura homogeneizadora y rígida con la exigencia normativizada del respeto a la diferencia” (ibíd.: 214), como indica Betina Bandieri.
En el artículo “Otros derroteros, una misma escuela”, Virginia Arias reflexiona acerca de las subjetividades que se presentan hoy en la escuela y busca desmarcarse de la mirada simplificadora que asimila demasiado rápidamente lo diferente a lo patológico. ¿Cómo componer con chicos que hacen cuerpo un cambio cultural que los adultos viven como “crisis”?. ¿Qué estrategias implementar que permitan acumular conocimiento acerca de los niños sin posar sobre ellos una mirada estigmatizante, sino deseante y abierta?
El último texto de este eje, escrito por Bandieri, pone sobre la mesa los dilemas y tensiones, a menudo irreconciliables, que afronta la práctica concreta de la inclusión. Resolver las contradicciones demanda soluciones siempre nuevas y creativas, tironeadas por los límites que demarcan la legislación y espacios institucionales que no han sido modificados.
Como se ve, los trabajos que componen este libro tienen el mérito de intentar dejar atrás el lamento por las nuevas condiciones en las que trabaja la escuela (“posmodernas”, “postdisciplinarias”, “fluidas”, “veloces”, “volátiles”… es decir, por completo diferentes a aquellas en y para las que fue lanzada) y de pensar, más bien, aquello que es capaz de hacer hoy, en esas condiciones, esta “institución especial entre las instituciones”, a la que, como señalan Vilma Intagliata y Marta Rozenberg en las “Palabras previas”, “se le atribuyen responsabilidades cada vez más diversas y, al mismo tiempo, se la considera inútil” (ibíd.: 13).
¿Qué modos singulares de sociabilidad puede generar la escuela hoy (cuando se nos dice que entre los chicos y adolescentes solo reinan el individualismo y el egocentrismo)? ¿Qué estrategias pueden poner en juego los docentes para desacelerar esa avidez de novedades que portan sus estudiantes? ¿Cómo se “conduce” hoy un grupo a buen puerto (cuando la obligación, por sí sola, parece obligar más bien poco)? Con respuestas inteligentes a estas preguntas, Lo que puede una escuela no piensa lo que la escuela ya no es, tampoco lo que debería ser, sino, precisamente, lo que puede.
@AAUNAHUR
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