Compartimos un ensayo de la Esp. Mercedes Escardó*, docente del Profesorado Universitario de Inglés de la Universidad Nacional de Hurlingham (UNAHUR). En este reflexiona sobre los desafíos que la herramienta de inteligencia artificial (IA) ChatGPT impone a las prácticas de enseñanza-aprendizaje y comparte una valiosa secuencia didáctica.
La docencia me presenta desafíos constantemente. El trabajo con adolescentes, cuando una ya lleva casi tres décadas dentro del aula, me enfrenta con mis limitaciones, mis dudas y el cansancio de años dentro del sistema a veces no ayuda: les pibis adentro del aula siempre tienen 15, 16 y 17 años; mientras que yo empecé con 20 y me sigo metiendo al aula, pero ahora con 48.
Este verano apareció un nuevo juego: la inteligencia artificial (IA) en forma del ChatGPT[1], que se viralizó por sus respuestas demasiado sinceras acerca de cómo las máquinas podrían dominar a nuestra especie y que fue creciendo en popularidad a partir de los usos que le fue encontrando el público al hacerse accesible y ser gratuito. Divertidísimo hacer conversar a Noam Chomsky con Lev Vygotsky, o a Stephen Krashen con Jim Scrivener. Divertidísimo hasta que mi mente docente traslada la herramienta al aula.
Entonces, empiezan las preguntas compartidas con colegas: ¿cómo asegurarnos la originalidad de la producción de les estudiantes?, ¿apelamos a su honestidad?, ¿ponemos restricciones?, ¿les hacemos firmar un código de honor?, ¿planteamos defensa oral de trabajos aleatoria?, ¿toda la producción escrita pasa a hacerse dentro del aula?, ¿hacemos una prohibición explícita del uso del ChatGPT?, ¿nos ponemos la gorra?, ¿me pongo la gorra?, ¿me tengo que poner la gorra? Qué fiaca…
Una de las delicias de trabajar con adolescentes (y lo digo sin ironía) es que no da tiempo para encontrar respuestas. Me mantiene alerta, atenta, motivada. Me encanta. Así es que, en la semana de diagnóstico, quinto año tiene asignada la redacción de un ensayo que plantee las ventajas y desventajas de hacer deportes de riesgo. Al lunes siguiente, mis estudiantes preguntan si corregí. No, no corregí. Prometo para el miércoles. Martes, corrijo según promesa. Resultado: sorpresa. Un estudiante –vamos a llamarlo Rodrigo–, que no se caracteriza por tener producciones que destaquen, entrega un ensayo impecable.
Justamente por la cantidad de ensayos que he leído en estos años, me he convertido en una especie de lingüista forense de facto: puedo detectar patrones en los estilos lingüísticos de mis estudiantes, reconociendo partes de texto que pueden haber sido escritos por otras personas (hermanes, compañeres, personas random en la web). Esta es una habilidad que muches docentes reconocemos tener. Un superpoder, casi. El tema es qué hacer con esa información, después de todo a veces no es más que un pálpito y, para ser honesta, muchas veces es imposible de probar que el texto no sea de quien reclama su autoría, a pesar de que lo sepamos con certeza.
¿Entonces qué hacer con esta sospecha? Si nuestro trabajo se limitara a dictar contenidos, todo sería tanto más fácil. Pero, no. Les docentes dictamos contenidos, pero además transmitimos valores y, detrás de une estudiante que entrega un texto redactado por otre (humano o no humano) y lo hace pasar por propio, hay une estudiante que no quiere hacer el esfuerzo, que no entiende a la honestidad como un valor; alguien a quien no le sirven nuestras propuestas, pero que tiene claro que para terminar con el suplicio de la escuela tiene que aprobar.
Así que no alcanza con exponer el engaño, imponer una sanción, recurrir a la autoridad. No. O por lo menos a mí, en este caso, no me alcanzaba. Es que me olvidé de decir que les docentes, además de superpoderes, tenemos mandatos: convertirás toda aquella novedad que pulule por la vida en una herramienta didáctica y, para que funcione, necesitaba que el uso que le diera al ChatGPT tuviera un valor educativo, pero además que lograra resaltar la importancia de los aprendizajes como proceso y la honestidad como valor. Quisiera compartir entonces la secuencia didáctica que utilicé para intentar alcanzar estos objetivos en el quinto año donde Rodrigo decidió hacer pasar un texto generado por el ChatGPT como propio.
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Empiezo la mañana devolviendo las producciones escritas, como dije: ensayos argumentativos sobre las ventajas y desventajas de practicar deportes de riesgo. Los textos tienen una nota no numérica que, les aclaro, es meramente orientativa y no irá al boletín, ya que el trabajo se trata de un ejercicio en el marco del período de diagnóstico. Además, destaco, y estas dos palabras las anoto en el pizarrón, que como resultado del diagnóstico yo puedo concluir que hay mucho interés por aprender y también por aprobar.
Entonces, me centro en trabajar en la producción escrita y les propongo hacer un nuevo texto, pero esta vez sosteniendo un solo lado de los argumentos: que los e-deportes no son deportes, que es la visión mayoritaria. En este punto, introduzco la novedad: vamos a pedirle al ChatGPT que nos liste argumentos que sostengan lo contrario[2]. En tiempo real tipeo[3]: “Hola, estoy en el aula con mis estudiantes. Elles creen que los e-deportes no son deportes. ¿Podrías darnos tres argumentos que sostengan lo contrario?”.
Seguido de esto, leemos los argumentos expuestos por el motor de IA, los comparto a través de Classroom y planteo la consigna: Escribir un texto (140-190 palabras) que discuta con los argumentos de ChatGPT, exponiendo los motivos por los que consideran que los e-deportes no son deportes, que era la visión predominante.
Les estudiantes trabajan con variado grado de entusiasmo, pero sin excepciones registran la novedad. Rodrigo, que no comparte la opinión mayoritaria, se queja un poco, se retuerce en su banco pero acepta el desafío de tratar de sostener argumentos en los que no cree. Me dice: “No puedo discutir con el bot. Es mi amigo”. “Ya sé”, le digo al pasar. Mientras escriben, les acompaño: propongo vocabulario, facilito traducciones y resuelvo enredos; en fin, hago mi tarea. Primera curiosidad: a diferencia de lo sucedido con el primer ensayo que muches debieron terminar en sus casas, en esta oportunidad todes les estudiantes logran completar la tarea, a pesar de que en ambas ocasiones las condiciones, la temática y los tiempos fueron similares. Hay motivación. Punto para la nueva herramienta.
Una vez que terminan, les pido que identifiquen algunas características de sus producciones; por ejemplo, la utilización de verbos, adjetivos y conectores. Los subrayan con distintos colores para que el impacto visual les permita reconocer la variedad utilizada y si hay mucha repetición. Seguido de esto, le pido al ChatGPT un texto a partir de la misma consigna. Observamos lo que la inteligencia artificial puede escribir y nos enfocamos también en el uso de verbos, adjetivos y conectores. Les pido a les estudiantes que comparen lo que pudieron hacer elles con lo que hace un bot y que seleccionen aquellas partes del texto artificial de las que pueden aprender. ¿El bot usa más variedad de vocabulario? ¿Los conectores son más precisos? ¿Usa términos que conozco, pero no tengo presentes?
Bien, hasta acá todo hermoso. El objetivo de transformar al ChatGPT en una herramienta didáctica está cumplido. Punto para la utilización de tecnología innovadora en clase. Falta la otra parte, más difícil, de dejar un mensaje, la parte de la menuda tarea de transmitir valores.
Para intentar esto, en la parte final de la clase, paso el texto generado por el ChatGPT por un detector de plagio especializado. Como era de esperar, el texto es identificado con 94% de probabilidades de haber sido escrito por IA. Luego, utilizo mi teléfono para digitalizar un ensayo escrito por una alumna humana. A este escrito también lo paso por el detector de plagio y el resultado da 0%. La sentencia: el texto ha sido escrito por un ser humano.
Es momento de la reflexión: ¿qué les parece que detecta este segundo motor?, ¿hay algo que nos hace profundamente humanos y que es inimitable?, ¿además del bot, podemos las personas (les docentes) diferenciar un texto generado por IA de uno de producción humana?, ¿qué es lo que hace eso posible?, ¿qué valor tiene hacer el trabajo?, ¿hace una diferencia en esta dialéctica entre el aprender y el aprobar? En este punto, surgen tres palabras clave: cuando el foco está puesto en aprender entonces hay interés, esfuerzo y honestidad. Lo dicen elles. Yo agrego: aprender es para siempre. Punto para la enseñanza-aprendizaje en valores.
Tienen tarea: mejorar la versión del ensayo que escribieron teniendo en cuenta qué pueden aprender del ChatGPT e incorporar al texto propio. La semana que viene tienen que entregar las dos versiones juntas.
En los últimos segundos, me acerco a Rodrigo. No le digo nada, pero dejo sobre su pupitre el resultado que dio el detector de GPT al analizar su texto, aquel que hizo pasar como propio. Él sabe, yo sé y ahora él sabe que yo sé. Termina la clase.
Tengo la sensación de haber logrado algo, aunque aún no tengo muy claro qué. Me recorre una electricidad por el cuerpo. Comparto con colegas la experiencia durante el recreo. Estoy feliz por cómo salió la clase. Pero igual siento que hay que esperar. El rector de la escuela quiere llamar al transgresor, hablar con su padre y su madre, quiere ponerse la gorra y bajar línea. En definitiva, es parte de su rol. Le cuento la experiencia y me promete no intervenir hasta la semana siguiente. Por suerte, tenemos un vínculo de mucha confianza profesional.
El efecto de la secuencia didáctica no se hace esperar mucho. Al día siguiente, leo el mail que Rodrigo me escribió, en inglés, el mismo día de la clase por la noche. Punto por el esfuerzo. Asunto: “Hey teacher”. En su correo, se disculpaba por usar el chat GPT para escribir su ensayo y admitía que su única excusa era no querer hacer la tarea. Punto por la honestidad. También me advertía que había muchos sitios web que permitían evitar el detector de GPT, que convertían los textos generados por IA en textos “humanos”. Punto inesperado para la construcción del vínculo. Antes de despedirse, cerraba su email diciendo que disfruta la materia y que quiere aprender más inglés. Punto por el interés. Todos los puntos para Rodrigo.
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La docencia es cada vez más una profesión ingrata. Está de moda hostigarnos, atacarnos, intentar cercenar nuestros derechos, culparnos de todo lo que está mal; mientras se nos deja agotades, sin recursos ni materiales ni emocionales para sostener nuestra tarea. Me siento siempre entre las demandas de las instituciones que buscan contener y cumplir, los discursos políticos que exigen desde intereses muy mezquinos, mis propias resistencias a los cambios y la tentación de la salida fácil de la voz diabólica inspirada por el cansancio: “¡Exposición!! ¡¡Sanción!! ¡Prohibición!!” Pero, a pesar de los tironeos, casi treinta años después de haberme metido en un aula por primera vez, sigo eligiendo la docencia. Porque, muy a pesar de todo, lo que pasa en esa pequeña rendija que se abre cuando algo sucede en el espacio compartido, cuando hay conexión y se arma vínculo, en definitiva, lo que sucede cuando acontece el acto de enseñanza-aprendizaje, jamás nos lo va a robar nadie. Punto para la educación de verdad, esa que sucede en el aula, más allá de los discursos vacíos y marketineros; y más allá incluso de nosotres mismes.
@AAUNAHUR
[*] mercedes.escardo@unahur.edu.ar
[1] El ChatGPT es un bot que utiliza una gran base de datos para producir diálogos o textos según las pautas propuestas por les usuaries. El prototipo vigente se lanzó para ser utilizado abiertamente por el público en general en noviembre de 2022.
[2] La escuela en cuestión es una institución privada de clase media con acceso a una pantalla y wi-fi dentro del aula.
[3] En este punto debo aclarar que la materia que dicto es Inglés, por lo que ésta es una traducción del texto que efectivamente escribí.
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