“No se puede escribir sin leer poesía. Es un insumo que me moviliza fuertemente”, afirmó Hernán Ronsino, escritor invitado al último encuentro del año de la octava edición del ciclo Las palabras y las cosas.

Este ciclo, a cargo de los docentes del Profesorado Universitario de Letras Carlos Battilana y Martín Sozzi, ya se convirtió en un clásico de los segundos cuatrimestres de la Universidad Nacional de Hurlingham (UNAHUR). El encuentro tuvo lugar el pasado 1 de noviembre en la Biblioteca Miguel Cervantes.

Claudia Torre, directora del Profesorado, agradeció a la concurrencia, conformada, en su mayoría, por docentes y estudiantes de la carrera que dirige. Enseguida contó que fue jurado de la tesis de de Laura Gentilezza, una argentina que hizo su doctorado en la Universidad de París y dedicó toda su investigación a la obra de Ronsino. Por su parte, Battilana recordó la presencia de Sonia Cristoff en el primer encuentro de Las palabras y las cosas de 2023 y alentó a preguntar sobre la obra del nuevo invitado.

Sozzi se encargó de presentar al escritor de Chivilcoy, autor de cinco novelas, un volumen de cuentos (Te vomitaré de mi boca – 2003) y un libro de ensayos (Notas de campo -2017). Entre las primeras, se encuentran La descomposición (2007), Glaxo (2009), Lumbre (2013), Cameron (2018) y Una música (2022). La última de sus obras recibió el Premio de la Crítica de la Feria del Libro y el Premio al Mejor Libro Argentino. Fue traducido a ocho lenguas.

Ronsino comenzó leyendo su texto “La fábrica”, incluido en Notas de campo. Allí recuerda el recorrido de la Glaxo, que fue cerrada en la década de los noventa y, en 2005, se reconvirtió en espacio ligado a la memoria de los crímenes de la última dictadura cívico-militar. Luego, reflexionó sobre cómo esa geografía está presente en sus primeras tres novelas, que conforman lo que la crítica denominó trilogía pampeana. 

“Mi experiencia de vida no se relaciona de manera directa con los personajes de mis textos. Más bien son tipos weberianos que se particularizan en la ficción”, dijo. Luego explicó que la lectura de autores como Haroldo Conti y Manuel Puig lo llevó a entender que podía hacerse literatura sobre lugares más pequeños y cercanos a su historia personal: “La literatura no depende solo de lo que sucede en las grandes ciudades”. Y agregó: “La escritura sobre esos territorios me llevó a una indagación más profunda del espacio perdido, del desarraigo. Fue el mapa que disparó mi escritura”. También aludió a la dificultad para que la ficción sobre lugares pequeños encuentre legitimidad: “se cree que, en esos casos, lo que se escribe debe ser testimonial”.

En un segundo momento de la conversación, Ronsino se refirió a que Julio Cortázar vivió en Chivilcoy mientras ejercía la docencia en el nivel secundario. “Cuando fui a la escuela jamás me mencionaron ese hecho y ni siquiera leímos alguna de sus obras”, rememoró. Recién tomó conocimiento de ese aspecto de la vida del autor nacido en Bruselas cuando vio el documental Cortázar (1994), de Tristán Bauer. “Descubrí que la pensión en la que había vivido el escritor estaba en el lugar donde festejé mi cumpleaños de ocho años. Fue tan grande el impacto que dejé la carrera de Contador público y me anoté en Sociología”, contó.

Luego de tres años de trabajo, cuando le puso punto final a su novela Una música, Ronsino decidió volver a escribirla: “No había encontrado una prosa que me hiciera sentir que el mundo ficcional estaba desmoldado como un flan. Encontré la novela con la reescritura” (y tras cinco años más de dedicación). Ese proceso lo lleva a sospechar que la primera versión de la obra funcionó como el sedimento de la segunda.

En momentos en que piensa en su próximo novela, aseveró: “La experiencia acumulada no sirve para ese género. Se puede saber qué historia queremos contar, pero es imposible saber cómo hacer el próximo libro. Ese es el gran desafío”. 

@AAUNAHUR