A cien años del Grito de Córdoba, las universidades del Conurbano Bonaerense recuperan la herencia reformista y se proponen nuevas rupturas para alcanzar una educación cada vez más inclusiva.

Que la Reforma de 1918 es un acontecimiento de importancia colosal parece una convicción compartida por toda la comunidad universitaria. La celebran peronistas, socialistas y liberales. Es uno de esos hitos de industria nacional que impactó en toda Latinoamérica y más allá: sus ecos llegaron hasta el Mayo francés. Lo que está siempre en discusión, en cambio, es la interpretación de ese acontecimiento. Cada lectura selecciona motivos y personajes y, en ese mismo movimiento, relega al olvido otras tantas cuestiones. Cada lectura, por supuesto, también está comprometida con versiones diferentes de nuestro actual sistema universitario. A mediados de 2017, en su última intervención pública como decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), el filósofo Diego Tatián recordaba los cien años de la Reforma y sostenía que la memoria está en disputa tanto como el presente y el futuro.

Las lecturas más difundidas del movimiento reformista son las que le adjudican conquistas ya consolidadas en el sistema universitario argentino: la autonomía de las instituciones, el cogobierno de profesores y estudiantes y los concursos de oposición de antecedentes. La gratuidad tuvo que esperar hasta el primer gobierno de Perón y, pese a que cada cierto tiempo irrumpen políticos y periodistas que sugieren la necesidad del arancelamiento, también parece un derecho conquistado en nuestro país. Hasta aquí, el patrimonio que habrá que cuidar. Sin embargo, Diego Tatián, en ese mismo discurso de 2017, propuso algunas coordenadas para proyectar hacia el futuro el Grito de Córdoba: “no hay fidelidad posible a la Reforma universitaria, y no hay herencia de la Reforma universitaria, si no la inscribimos en un horizonte emancipatorio, no solamente de las universidades sino también de las sociedades”. ¿Qué contribución pueden hacer las nuevas universidades del Conurbano Bonaerense a ese destino emancipatorio? Cabe preguntarse si estas instituciones comparten un núcleo de sentidos que resignifique el movimiento reformista y lo impulse hacia un nuevo proyecto educativo.

Perczyk: “Estas nuevas universidades son parte del camino que traza aquella Reforma de 1918”.

Jaime Perczyk, rector de la Universidad Nacional de Hurlingham (UNAHUR), valora la Reforma de 1918 como “un camino para un mayor protagonismo de los estudiantes, para vincular a la Universidad con la comunidad, con la sociedad y con los destinos de América Latina”. No obstante, considera que a finales de la década de 1940 se abrió una segunda etapa de transformaciones en la educación superior. “Además del desarancelamiento de los estudios –destaca Perczyk–, el primer peronismo creó la Universidad Obrera Nacional y la vinculó con el destino de la industria y la soberanía”. De acuerdo con el rector de la UNAHUR, el plan diseñado por Alberto Taquini en 1968, si bien no tuvo un objetivo democratizador, también es importante en tanto apertura de nuevas casas de estudio que permitieron descentralizar la matrícula. Aunque la creación de universidades retoma impulso con la vuelta de la democracia, Perczyk considera que el período 2003-2015 tiene particular importancia para la Universidad argentina: aumenta el financiamiento y la cantidad de becas, se impulsan carreras de importancia estratégica para el desarrollo nacional y se crea un número muy importante de universidades. “No hay dudas que estas nuevas instituciones son parte de ese camino que traza aquella Reforma de 1918”, opina.

El rector de la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ), Ernesto Villanueva, les asigna un papel histórico decisivo a las nuevas universidades del Conurbano. Si en 1918 se discute el carácter elitista de la Universidad y en 1949 la gratuidad permite el acceso de las clases medias a los estudios superiores, “las nuevas instituciones del Conurbano inauguran una tercera fase: permiten la incorporación de los sectores populares”. Para Hugo Andrade, rector de la Universidad Nacional de Moreno (UNM), en 1918 se abrió una brecha que permitió avanzar con la democratización de la Universidad e hizo posible el ingreso de las mayorías. “Las universidades del Conurbano –sostiene– amplifican el derecho a la educación superior. No se trata solo de que la Universidad sea gratuita, sino que también es llevada a los distintos territorios. Además de democrática, se vuelve accesible para todos”. El rector de la UNM cita una frase de Deodoro Roca, autor del “Manifiesto liminar” de la Reforma, que hoy puede ser leída como una especie de oráculo: “todas las ciudades del futuro serán ciudades universitarias”. Estas nuevas instituciones del Conurbano, según Andrade, de alguna manera construyen capital social y son actores fundamentales del desarrollo de la comunidad. El tiempo dirá si Hurlingham, Moreno y Florencia Varela se transformarán efectivamente en ciudades universitarias.

La educación superior como derecho

En junio de 2008, se promulgó la Declaración de la Conferencia Regional de Educación Superior para América Latina y el Caribe (CRES), más conocida como Declaración de Cartagena. Para quienes aspiran a la ampliación de derechos, este documento resulta fundamental: declara que la educación superior es un derecho humano y que debe ser garantizado por los Estados. Yamile Socolovsky, que dirige el Instituto de Estudios y Capacitación (IEC-CONADU) y es secretaria de Relaciones Internacionales de la Federación Nacional de Docentes Universitarios (CONADU), subraya el impacto que esta declaración tuvo en la Argentina: “hay algo que se movió a nivel cultural. Entender que la Universidad es un derecho implica un cambio decisivo, revolucionario respecto a lo que entendemos que es la Universidad. Es un punto de no retorno”. Para la investigadora, las universidades creadas en los últimos años contribuyeron a la cristalización de ese cambio cultural.

Villanueva: “Desligar el esfuerzo individual del esfuerzo colectivo es lo peor que nos puede pasar”.

Ahora bien, llevar universidades a otros territorios no es lo único que hace falta para que nuevos estudiantes ingresen, permanezcan y se gradúen en esas instituciones. Para acercar la Universidad no basta con construir el edificio y nombrar a los docentes. “Al tener como objetivo central la incorporación de los sectores populares –dice Villanueva (UNAJ)–, se requiere pensar cuál tiene que ser la relación con el pueblo que nos rodea, cuáles tienen que ser los temas centrales de nuestras investigaciones y cuál tiene que ser la política de inclusión hacia los estudiantes secundarios”. El riesgo que siempre se corre, advierte el rector de la UNAJ, es reproducir el sentido común de la tradición universitaria. Por eso, “hay que preguntarse siempre por la forma organizativa, por la forma de dar clases y hasta por la bibliografía que se usa”. Y agrega: “el desafío principal es formar profesionales conscientes de su propia patria, de su propia provincia, de su propio territorio. Desligar el esfuerzo individual del esfuerzo colectivo es lo peor que nos puede pasar como universidades”.

Andrade (UNM) recuerda el 50° aniversario del Mayo francés para resaltar la fuerza de los cambios que provienen desde la periferia: “En 1964, la Universidad de Nanterre había sido creada en la periferia de París. Desde allí se desata una chispa que no podía desatarse en la Sorbona”. Y añade: “en nuestras nuevas instituciones hay mayores posibilidades para experimentar y hacer accesible la Universidad a un público nuevo, que no la tenía en su horizonte”. Se trata –desarrolla– de un proceso nunca acabado y de experimentación permanente: “acá se instituye todo el tiempo y ese instituir siempre es una construcción colectiva. De ahí pueden surgir cosas nuevas”.

Herencia y transformación

Existen tradiciones y tradiciones: las que se busca conservar o recuperar; las que requieren ser transformadas. Si bien la herencia reformista constituye un patrimonio que es necesario proteger y poner en valor, resta transformar otros rasgos de la Universidad que obstaculizan el acceso y la permanencia de estudiantes de sectores populares. No es lo mismo viajar dos horas para estudiar en la Ciudad de Buenos Aires que tener la Universidad a pocas cuadras del barrio: el peso de esta nueva realidad que configuran las universidades del Conurbano parece incontestable. Pero es necesario abolir otras distancias –muchas veces simbólicas– que se interponen entre los hogares sin experiencia en estudios superiores y las instituciones que esperan a unas pocas cuadras.

Una mayoría de quienes se acercan a las universidades del Conurbano son la primera generación de estudiantes universitarios en sus familias. En muchos casos, además, son la primera generación de estudiantes secundarios. El encuentro con la Universidad, por lo tanto, es más abrupto y disruptivo: si no se cuida la manera en que se produce esa primera aproximación, se corre el riesgo de desalentar y generar frustración entre los nuevos estudiantes. Entonces, estas instituciones debieron pensar instancias para asumir la dificultad de esa transición. Así, por ejemplo, surgen los cursos preparatorios, que incluyen la formación en competencias básicas como la lectocomprensión, pero también la inmersión de los estudiantes en la vida y la cultura universitaria. Lo que está en permanente construcción es el pasaje de una Universidad que exigía que ciertos saberes y hábitos estuvieran ya incorporados por los ingresantes a otra que asume que nunca es tarde para apropiarse de esos saberes y hábitos y brinda las herramientas para que esto suceda. Los espacios de tutoría apuntan en esta misma dirección: permiten individualizar a los estudiantes y atender necesidades específicas.

La autonomía, otra herencia de la Reforma, habilita la definición de mecanismos propios de gobierno y administración, la creación de planes de estudios y la selección del cuerpo docente. No obstante, también puede ser entendida como una posibilidad de aislamiento respecto de los problemas sociales. Que alguna Universidad histórica traslade su edificio a otro territorio no provocaría ninguna conmoción: con la infraesructura adecuada, el proceso educativo seguiría aconteciendo casi sin inconvenientes. Las universidades del Conurbano, en cambio, desde su constitución están imbricadas con las características específicas de los territorios en los que se emplazan. Este rasgo identitario se observa en el diseño de una oferta académica que responde a las necesidades de la comunidad, pero también en la relevancia que cobran las actividades de extensión. El trabajo de las instituciones se proyecta en los barrios y no solo hacia los individuos que provienen de determinados barrios. La Universidad, entonces, busca ofrecerse como espacio abierto, como motor de desarrollo cultural y comunitario.

Cien años: 1918-2018. El Grito de Córdoba puede ser recordado como punto notable de la Universidad conquistada en la Argentina. En ese caso, se requerirá atención para que ninguno de los derechos conseguidos sea escamoteado. Sin embargo, 1918 puede ser entendido como un punto notable en la ampliación del derecho a los estudios superiores. En ese sentido, no se trata de un proceso acabado y siempre es posible ir un poco más allá. En palabras de Diego Tatián: “la sustracción de la Universidad de un estado de privilegio es honrar sustantivamente la herencia reformista”.

@AAUNAHUR