Lorena Patricia Torres (43) y Celeste Ojeda (29) cursan el Profesorado Universitario de Matemática en la Universidad Nacional de Hurlingham (UNAHUR). Para ellas, la construcción de vínculos sólidos con los estudiantes es fundamental para que se produzca el aprendizaje.

Es un secreto a voces que son muchos los y las adolescentes que tienen una relación conflictiva con la Matemática. La falta de docentes en el área, sobre todo en el nivel secundario, hace pensar que ese conflicto tampoco se resuelve una vez llegada la adultez. Lorena Torres y Celeste Ojeda están comprometidas con cambiar esa realidad: a mediados de 2017, ambas ingresaron al Profesorado de Matemática de la UNAHUR.

Lorena vive en San Miguel y había intentado dos veces empezar la carrera en otras instituciones. Aunque nunca trabajó en el sistema educativo formal, tiene experiencia en la docencia: hace años ofrece clases particulares de Matemática para niños, niñas y adolescentes. “A los chicos, en general, no les gusta la materia –relata–. Comentan que no les interesa, que no les gusta la profe. O si no, cuando se acerca diciembre, dicen que la dejan previa, que no les importa”.

A solo cinco cuadras de la UNAHUR, vive Celeste. “Siempre fui buena en Matemática –cuenta–. La maestra copiaba la tarea y yo la terminaba en clase. No me quedaba nada para hacer en mi casa”. En contraparte, no se llevaba bien con el análisis de oraciones y con la lectura. Sin embargo, su preferencia por el Profesorado tiene raíces más profundas que una simple predilección por “los números”. Celeste fue mamá cuando todavía transitaba el nivel secundario en el Colegio Manuel Dorrego de Morón: “Estuve a punto de dejar los estudios y fueron mis profesores los que me empujaron a seguir. Me pasaban a buscar por mi casa, me cargaban el carrito y, si mi hijo lloraba en el aula, lo tenían a upa”. Entre las personas que la ayudaron, recuerda especialmente al docente de Contabilidad: “Por eso decidí, en un primer momento, estudiar algo relacionado con esa materia. Finalmente, preferí estudiar otra cosa que me permitiera ayudar a otros como antes me habían ayudado a mí. Hubo un vínculo que me llevó a elegir la carrera”.

Para Lorena, los vínculos también fueron y son muy importantes en los procesos de enseñanza y aprendizaje. “Un profesor me hizo querer la Matemática cuando yo tenía 16 años –recuerda–. Desde ese momento, siempre me gustó. Él usaba el error como una oportunidad para aprender”. Y agrega: “Me encanta dar clases. Algunas de mis alumnas empezaron conmigo cuando estaban en primer grado y hoy son adolescentes. Hace poco estuve en la fiesta de 15 de una de ellas. No se trata solo de enseñar; se crea un vínculo. Cuando estoy enferma, ellas vienen a mi casa a ver si necesito algo”.

El vínculo docente-educando parece fundamental, pero ¿para qué sirve la Matemática? Esta pregunta revolotea por las cabezas de todos los adolescentes que no se llevan bien con la materia. Lorena considera que sirve para desenvolverse en la vida cotidiana, que no es un conocimiento que esté alejado de la vida. Celeste coincide, pero suma otro factor: “la Matemática también ayuda a desarrollar el pensamiento lógico y activa otras maneras de pensar que no son tan comunes en otras áreas. En Facebook vi un meme que decía ‘otro día sin usar el trinomio cuadrado perfecto’ y me maté de risa. Es cierto que, si una persona no tiene nada que ver con la disciplina, es posible que no le sirva haberlo aprendido. Hay que explicar que aprender esas cosas permite desarrollar otras habilidades”. Pero, en definitiva, el desarrollo de la cognición siempre es útil en la vida cotidiana. “La Matemática –argumenta la estudiante– siempre se plantea a través de un problema a partir del cual hay que pensar soluciones. La vida también es eso: problemas y toma de decisiones. Como con la Matemática, podemos resolver las cosas de una manera y después darnos cuenta de que no era así, que era otro el camino”.

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