La secretaria de Políticas Universitarias, Danya Tavela, analiza la importancia de la Reforma de 1918 para el actual sistema universitario. “Lo importante –considera– es celebrar el hito histórico desde una mirada prospectiva que contemple hacia dónde crece el sistema universitario argentino, cómo se desarrolla y cuáles son los nuevos paradigmas que deben instalarse en su planificación”. La funcionaria es magíster en Finanzas Públicas y, entre 2007 y 2015, fue vicerrectora de la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires (UNNOBA).

¿Qué lectura puede hacerse hoy de la Reforma Universitaria?

Todos los sectores universitarios, y también aquellos que no pertenecen al sistema universitario, reivindican a la Reforma como un hecho muy positivo que significó la movilidad social ascendente para un sector que no llegaba a la universidad y, después, con la aprobación de la gratuidad en 1949 por Juan Domingo Perón, terminó de completar ese aspiracional social de “M’hijo el dotor”, que Florencio Sánchez usa para titular uno de sus libros. Además, la Reforma colocó a la Argentina como líder del espacio latinoamericano e implicó cambios muy fuertes hacia el interior de las universidades. Permitió la llegada de nuevas ideas y nuevas disciplinas a los estudios universitarios, saliendo del dogma regido por las normas eclesiásticas y también posibilitó los concursos docentes, la periodicidad de cátedra y, fundamentalmente, da lugar a la figura de la extensión como espacio desde el cual la Universidad se vincula con el medio. Los postulados de la Reforma están cada vez más vigentes.

“La gratuidad es una cuestión absolutamente saldada en la Argentina”.

¿Existe algún riesgo de que se arancele la Universidad pública?

La tensión sobre cómo se financia la educación superior existe en todo el mundo porque, a diferencia de los demás niveles educativos, hace una contribución importante a la perspectiva de desarrollo de cada individuo, más allá de lo colectivo. Entonces, siempre hay que recordar que la educación superior contribuye al desarrollo colectivo de los países. Por otro lado, siempre aparece en la discusión quién soporta la inversión que requiere. Pero más allá de estos debates, creo que la gratuidad es una cuestión absolutamente saldada en la Argentina.

Es cierto que se siguen oyendo voces disonantes, porque la inversión que requiere la educación superior es creciente. En 1995, antes de que se sancionara la Ley de Educación Superior, teníamos una matrícula universitaria de unos 800, 900 mil estudiantes. Hoy tenemos un millón y medio. En América Latina, desde 1995 hasta la actualidad, la matrícula se quintuplicó. Todos los guarismos indican que, para el 2025, la matrícula de la educación superior en América Latina va a duplicarse nuevamente. La absorción de esa demanda indefectiblemente genera tensiones a la hora de discutir cómo se financia la educación superior, pero me parece que lo importante es demostrar sus aportes para el desarrollo socioeconómico de los países.

“Las universidades del Conurbano tienen un rol estratégico en la resolución del problema que significa la pobreza en la Argentina”.

¿Qué cuestiones que no contemplaba la Reforma es necesario modificar?

El sistema universitario necesita una mirada prospectiva respecto de esta creciente matrícula, de la necesidad de atender a un público diferente, a estudiantes que vienen con diferentes trayectorias de vida y con diferentes tipos de demandas. Indudablemente, las universidades, que son estructuras bastante rígidas desde su concepción académica, necesitan discutir cómo flexibilizar programas y planes académicos. Esto resulta fundamental para atender a aquel que tiene desarrollado un estudio terciario y quiere una complementación; a aquel que quiere hacer una carrera de grado pero su disponibilidad de tiempo es inferior a la que requieren los planes de estudio; a aquellos que van a asistir a la Universidad para complementar saberes adquiridos en el trabajo o en oficios; a aquellos que han dejado de pertenecer a la fuerza laboral activa y necesitan reconvertirse y seguir un proceso de educación permanente. Hoy la Universidad otorga un título de grado, pero la inserción en el medio socioproductivo requiere mucho más y la Universidad tiene que estar a la altura de otorgar también ese tipo de formación.

Por otra parte, la Universidad se enfrenta con una nueva población estudiantil que ya no está sectorizada en el chico que egresa a los 18 años del colegio secundario. Eso es todo un desafío. Entonces, creo que van a ganar fuerza los programas de formación de oficios, de educación de adultos mayores y de capacitación en algunas áreas específicas que se requieren en el trabajo. Son áreas que van a tender a desarrollarse y eso va a cambiar la población estudiantil que tenemos.

¿Qué rol cumplen las nuevas universidades del Conurbano en este contexto?

Las universidades del Conurbano vienen a complementar las posibilidades de movilidad ascendente, porque acercan la Universidad a territorios que quedaban relegados. Me parece que allí el desafío es doble: van a tener que asumir esa multiplicidad de públicos y, además, van a tener que trabajar con sectores socialmente vulnerables, que vienen con muchos condicionamientos en la formación y la escolaridad previas. Son instituciones que tienen un rol estratégico en la resolución del problema que significa la pobreza en la Argentina.

¿Se requiere una nueva ley de educación superior?

Por supuesto hay que discutir una nueva ley, pero primero el sistema universitario tiene que estar maduro para hacerlo. Creo que hay que encarar un proceso de reforma en tres áreas sustantivas. En relación con la política y la gestión institucional, debe recuperar los valores de la planificación y la transparencia en la gestión. En segundo lugar, tiene que ir hacia una serie de reformas académicas que le permita atender a este nuevo público, modificar la duración de los planes de estudio y generar otras estrategias de articulación con los niveles secundario y terciario. Por último, debe revisar su vínculo con el medio, a partir de la investigación y la extensión. Si el sistema universitario discute esas tres líneas de trabajo con mucha claridad y sinceridad, es posible pensar una nueva ley de educación superior que refleje estas nuevas particularidades.

Las universidades históricas tienen un problema estructural: la mayor parte del presupuesto es destinada a apagar salarios. ¿Cómo impacta esta realidad en un contexto en que se profundizan los conflictos por las paritarias docentes?

Son dos temas absolutamente distintos. Si hoy tuviéramos un contexto en que no hubiera inflación y no se requiriera discutir las paritarias, el problema lo tendríamos igual. De hecho, este es un problema que se arrastra desde el gobierno de Carlos Menem. En ese momento no teníamos inflación y no discutíamos paritarias, sin embargo, la proporción de sueldos respecto del presupuesto era muy alta.

“Es necesario entender cuáles son los conocimientos que se comparten entre las carreras y formar espacios únicos”.

Hay que tener una discusión muy sincera hacia dentro de las universidades. Todos conocemos casos de docentes que no dan clase o no cumplen la cantidad de horas que exige su cargo. Sabemos que hay planes de estudio muy sobrecargados y cátedras con pocos alumnos. Hay que repensar las estructuras universitarias. No es una casualidad que las universidades nuevas vayan a esquemas de escuelas y departamentos, o institutos y departamentos. Los docentes, de esa manera, se nuclean en un espacio del conocimiento y pueden abarcar la formación en distintas carreras. También es necesario entender cuáles son los conocimientos que se comparten entre las carreras y formar espacios únicos, porque además eso es muy rico para la formación estudiantil. Hoy a un ingeniero no le van a pedir que sepa solo de Ingeniería: cuando llegue al mundo socioproductivo le van a pedir que sepa de gestión, de derecho, de mediombiente. Si en la formación de grado no integramos distintas carreras de manera tal que un alumno de Ingeniería curse su materia vinculada a Administración con gente de esa área, caemos en creer que todas las carreras de nuestras universidades tienen que tener una materia de Administración, una segunda sobre las organizaciones, y una tercera de Sociología o Psicología. Así, se hace interminable. Realmente hay que repensar las estructuras.

@AAUNAHUR