Antonella Chiarelli y Carla Tatche son estudiantes del tercer año del Profesorado en Educación Física de la UNAHUR y tienen muchas ganas de transformar el ejercicio de la docencia.

“El primer objetivo es cambiar esa visión de que el profe de Educación Física te tira la pelota y chau. La educación física es mucho más que jugar a un deporte”, sostiene Antonella Chiarelli. “A muchos adolescentes no les gusta la materia porque se sienten excluidos. Yo me propongo que todos puedan jugar y aprender”, agrega Carla Tatche.

El primer año de la carrera, en 2016, las estudiantes realizaron observaciones en ámbitos educativos no formales. Al año siguiente, recuerda Antonella, pasaron de la observación a la intervención: “Nos tocó una sociedad de fomento. Organizamos juegotecas y minideportes para los niños y las niñas del barrio”. Detalla Carla: “Fue un espacio que abrimos nosotras. No nos sumamos a una actividad que ya funcionaba. Volanteamos, visitamos escuelas, insistimos. Las primeras veces quizá teníamos solo a dos pibes. Fue difícil porque arrancamos de cero, pero después se armó un grupo más grande”.

Los ámbitos no formales son menos estructurados pero ofrecen retos importantes. Por ejemplo, las estudiantes debieron pensar actividades en las que pudieran participar juntos niños y niñas entre 5 y 12 años. “Llenamos la sociedad de fomento de chicos”, dice Carla. El lugar ofrecía unas pocas actividades para adultos mayores, se alquilaba para la realización de eventos y contaba con la cancha de bochas de la plaza próxima como su principal atractivo. Las jóvenes, además, destacan el salto que se produce entre observación y práctica. “Es más fácil pararse del lado del observador y decir ‘esto lo cambiaría’. Pero resulta que, muchas veces, terminamos haciendo cosas que pensábamos que no teníamos que hacer”, analiza Carla.

El año 2018, para ellas, es el de las prácticas en la educación formal. Durante un cuatrimestre se realiza la experiencia en el nivel inicial y, durante el siguiente, en el nivel primario (o viceversa). “Al principio fue difícil –admite Carla, que trabajó con chicos de cuarto y quinto grado–. No es sencillo saber leer el currículum e interpretarlo, buscar ejercicios y actividades pertinentes que tengan relación entre sí”. Antonella, en cambio, realizó su primera experiencia en el ámbito formal en la sala de 5: “Es complicado el hecho de que los nenes recién empiezan. Hay que tener mucha paciencia y pedagogía. Por suerte yo había trabajado en una colonia y ya tenía un acercamiento a niños de esa edad”.

La distancia entre la teoría y la práctica es otra de las inquietudes de estas estudiantes. Reflexiona Carla: “Todo lo que uno lee sirve y da muchas herramientas, pero después se encuentran distintos contextos, realidades y necesidades. Más allá de lo que se leyó, es el momento de plantarse como profe. Tiene mucho que ver el carácter, la personalidad y lo que cada una quiera hacer con lo que aprendió”. Además, rescata la importancia de sumar muchas horas de prácticas durante la formación inicial: “No es lo mismo salir a la calle solo con un título, que en definitiva es un papel, sin haber tenido experiencia previa en la docencia”.

En el último año del profesorado esperan las prácticas en los niveles secundarios y superior. Ambas se ilusionan con dar clases en la UNAHUR en un futuro, pero lamentan estar próximas a terminar un ciclo. “El otro día –cuenta Antonella– hablaba con una amiga y le decía que no me imaginaba dejar de venir a la Universidad. Es como mi casa”. “No queremos irnos”, Carla eleva la voz y después se ríe.

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