A continuación, compartimos las cartas que estudiantes del Profesorado Universitario de Letras (UNAHUR) dirigieron a José Martí, Domingo F. Sarmiento y Simón Rodríguez. El trabajo se realizó en el marco de la materia Pensamiento pedagógico latinoamericano.

Carta a José Martí

Buenos Aires, 28 de octubre de 2019

Estimado maestro José Martí:

Escribimos estas líneas con la esperanza de que tu espíritu llegue a los que han sido elegidos en la pasada elección en nuestro país, y a todos los que de una u otra manera tienen en sus manos la educación de los pueblos, ya que tu legado ha de penetrar las mentes de los americanos, descolonizar a aquellas personas que inhiben una América libre y soberana, asumiendo lo propio de nuestras culturas, puestos a lograr un futuro común.

Te escribimos a ti, que luchaste por una revolución. A ti, que te diferenciaste de los racistas que dominaban en tu época. A ti, que defendiste el mestizaje y te expresaste a su favor. A ti, que valoraste los pueblos indígenas y condenaste la conquista y sus horrores. A ti, que nos enseñaste que nuestra riqueza estaba en la tierra y la agricultura, que son base del bienestar de los americanos. A ti, que defendiste la idea de que las personas podemos pensar con la cabeza propia. A ti, que creías que el amor era una herramienta fundamental en el proceso pedagógico.

Te escribimos también porque eres uno de aquellos tantos que en el camino de su vida pensó y luchó por la patria. Uno de los tantos que nos aconsejó que hay que empezar a ver y enseñar la historia desde “nuestra Grecia”, que es “nuestramérica”. Aquel que nos aclaró que no hay batalla entre civilización y barbarie, sino entre la falsa evolución (el saber mucho de afuera y nada de América) y la naturaleza misma de ésta. Tu enseñanza nos dejó que lo más fuerte que los pueblos americanos poseemos no son las armas sino las ideas de cada uno de nuestros pueblos. Esa será siempre nuestra forma de liberación.

Rescatamos de tu pedagogía (que nos enseñó la transmisión, no como algo mecánico, sino como posibilidad de compartir relatos) la idea de que hay que crear escuelas de maestros “vivos y útiles” que apliquen la ternura y la ciencia, porque como en tu tiempo “el mundo está de cambio”.

Sin más, quedamos a la espera de una pronta señal que ilumine “nuestra América” y anhelamos que se cumplan los deseos de hombres como tú, Simón Rodríguez, Paulo Freire y otros que bregaron por la educación de los hijos del pueblo.

Agradecidas nos despedimos…

Juana Inés Ledesma y Gladys Victoria Yriarte

Carta a Domingo F. Sarmiento

Buenos Aires, 11 de octubre de 2019

Sr. Domingo Faustino Sarmiento:

Nos disponemos a escribirle esta carta con el fin de expresarle una crítica meramente personal respecto de su proyecto educativo.

Nos detenemos a pensar y coincidimos plenamente en que la educación popular debe ser pública, gratuita, laica, obligatoria y, por supuesto, también coincidimos en que el Estado debe garantizar su existencia y su continuidad. Agradecemos íntegramente la incorporación de las niñas a las instituciones educativas, porque consideramos que la educación es el arma más poderosa que poseemos para dotarlas de total independencia y brindarles herramientas que las inviten a pensar.

Lo que nos inquieta y nos atormenta es, por un lado, su idea sobre lo popular: no logramos comprender el desprecio y repudio al pueblo, nuestro pueblo, nuestra gente. Privarlos de toda educación es un acto terrible de injusticia social y, por supuesto, pensarlos como “bárbaros” es una atrocidad. Jamás podrá volver sobre sus palabras, la gente no olvidará aquella frase que redactó en una carta a Mitre: “…no trate de economizar sangre de gaucho. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes”.

También nos declaramos totalmente en contra del vínculo tradicional establecido entre docente y alumno, repudiamos el autoritarismo, la repetición de contenidos que no garantiza el aprendizaje y la “normalización” de los y las alumnas.

Instaurar un modelo hegemónico de alumno “normal” es reprimir la identidad de cada uno de los alumnos, es despojarlos de la posibilidad de encontrarse y de conocerse, es arrancarles del pecho su cultura, es obligarlos a poner los pies sobre Latinoamérica pero para mirar, siempre, hacia Norteamérica o Europa, es generar una grieta entre lo que supuestamente está “bien” o “mal”.

No queremos que nuestros futuros alumnos sean iguales, queremos que tengan igual derecho a ser diferentes; no queremos que reciban miradas de desprecio por residir en ciertas zonas o no tener ascendencia europea; no queremos malos tratos o golpizas, queremos que no tengan miedo de hacer preguntas; queremos enseñarles y jamás abstenernos de aprender de ellos; queremos mentes conscientes, audaces, creativas; los queremos solidarios y empáticos. Deseamos que Latinoamérica corra por la sangre de nuestros alumnos y que sus brazos estén siempre abiertos para recibir a hermanos de cualquier parte del mundo.

Deseamos una educación realmente popular y de calidad, por y para todos. Y lucharemos por ello.

Florencia Núñez  y Rocío Macarena Vildoza

Carta a Simón Rodríguez

Buenos Aires, 11 de octubre de 2019

Sr. Simón Rodríguez:

En vista de recientes circunstancias que nos llevaron a interiorizarnos y profundizar en el conocimiento de su trayectoria pedagógica, sus pensamientos y su obra, creemos oportuno este contacto, con el objetivo de expresarle nuestro parecer. Para comenzar, nos complace decirle que las semillas sembradas por usted en el campo educativo latinoamericano, aún hoy siguen produciendo cosechas. Lamentablemente, también estamos obligados a contarle que algunos de sus temores se han materializado, lo que muy posiblemente sea la explicación de la vigencia de sus ideas.

La atinada distinción entre independencia y libertad que esbozara oportunamente es una lección que resuena desde el pasado, ya que parece que lo que alguna vez se logró con las armas –la independencia– no termina de lograrse por medio de la educación y las letras.

Tomar la igualdad como punto de partida y no como punto de llegada fue, sin duda, altamente novedoso, adelantado y contrahegemónico; una declaración de humanidad, aceptación del otro y la base de la escuela popular, que usted perseguía con tanta convicción.

El peso de sus palabras, marcadas a fuego en la historia del continente, nos invita a retomar el camino de la mirada interna, no para aislarnos sino para reconocernos. Una manera de ser y hacer que nos conduzca a la interpelación constante, a interrogarnos acerca de nosotros, nuestro país y la América Latina toda. Caer en la cuenta de que somos únicos no basta para ser mejores que nosotros mismos: ese es un viaje que no termina, con caminos a veces sinuosos, direcciones inciertas y siempre cambiantes. Se nos hace necesario mirar atrás para seguir avanzando.

En la lejanía, una luz tenue pero constante parece revivir con cada estudiante que lee sus obras, con cada uno de nosotros que elige la docencia y lo considera a usted, Maestro, un faro para guiarnos, siempre, hacia la costa de las certezas. En sus palabras, otra de sus luces brilla y se hace muy difícil no verla: “Apoyar, especialmente, a los pueblos aborígenes, los dueños originales de la tierra y, tal vez más importante, los únicos que la supieron interpretar, transitar y respetar”.

Gracias por las ideas vertidas, por las experiencias compartidas, por toda una vida signada por la enseñanza y el aprendizaje como una unidad inseparable. Simbólicamente, a la distancia, y a la vez muy cerca, estrechamos su mano y continuamos andando el camino de su obra.

Renzo Entrocassi y Roberto E. Espínola