“En todas las áreas, estatales y privadas, todavía pueden observarse desigualdades de género. El sistema científico no es la excepción”, sostiene Lina Merino, doctora en Ciencias Biológicas y docente e investigadora de la Universidad Nacional de Hurlingham (UNAHUR). “Cuando quería hacer el doctorado, hace unos 15 años, uno de los directores que me entrevistó consideraba que no podía ser investigadora si quería ser madre”, relata Melisa Leone, doctora en Ciencias Agropecuarias y también docente e investigadora de la UNAHUR.

El carácter patriarcal del sistema científico adquiere características y mecanismos propios que se expresan de diferentes maneras. En primer lugar, como también sucede en otros ámbitos profesionales, los escalafones más altos (investigadores superiores y principales, por ejemplo), están ocupados en mayor medida por varones, señala Merino. Pero también se observa una menor participación de las mujeres en carreras de ciencia, tecnología, ingeniería y matemática. “Esto –advierte la investigadora de UNAHUR– se enmarca, además, en una fase del capitalismo que requiere del desarrollo del conocimiento de estas áreas en particular y repercute también en una desigualdad en los salarios, porque son las profesiones mejor pagas”.

Con la aparición de la COVID-19, describe Leone, la carrera de las científicas se vio afectada por la desigualdad de género: “El sistema científico evalúa por publicaciones y, durante la pandemia, muchas investigadores debieron quedarse con sus hijos. Se les dificultó mucho la posibilidad de escribir y publicar. De hecho, disminuyó el porcentaje de publicaciones de mujeres”. Independientemente de la pandemia, en mayor grado siguen recayendo sobre las mujeres las tareas domésticas y de cuidado. Observa Merino: “Eso implica una menor disponibilidad de tiempo para el trabajo, el estudio, la capacitación. En general, la investigación requiere una dedicación muy plena, probablemente también estudios fuera del país y viajes”.

Un sistema patriarcal se reproduce capilarmente en todas las instituciones de la sociedad. Merino destaca su incidencia en la escuela y la familia. Así, en la familia puede reproducirse la “percepción de la capacidad que las mujeres tienen o no para participar en ciencia” y, en la escuela, “pueden segregarse las capacidades entre varones y mujeres en cuanto a la ciencia”. Otro aspecto influyente, de acuerdo con la investigadora, es la representación por pares: “Si hay pocas mujeres en ciertas carreras o poca visibilización de las que sí están, no se motiva a las mujeres más jóvenes a elegir esos caminos”.      

Merino registra algunos avances en los criterios de selección de investigadores e investigadores. Así, entre los progresos más destacables, se comenzó a contemplar si se tuvieron hijos en el proceso de trabajo y se busca que haya paridad de género en los equipos responsables. No obstante, las transformaciones llevan ritmos lentos que tardan en satisfacer las demandas por un sistema científico con justicia de género. Leone, por su parte, dice que, aunque aún es minoritaria, se progresó en la participación de las mujeres en los puestos jerárquicos: “Antes era casi nula”. También señala que la mayor incidencia de investigadoras colocó en la agenda más temáticas vinculadas a estudios de género.

En materia de políticas públicas, Merino destaca la existencia de becas para que más mujeres estudien carreras “masculinizadas”: “La tendencia no sería suficientemente rápida para equiparar la desigualdad histórica, pero ayudan a tratar rápidamente esa situación”. En este sentido, Leone valora las becas que la UNAHUR entregó a mujeres estudiantes de carrearas de Ingeniería. Y agrega Merino: “Que las mujeres ingresen a las carreras de Ingeniería es una política positiva. Ahora, esas mujeres tienen que graduarse, acceder a un trabajo sin ser discriminadas y contar con condiciones materiales para elegir ser madres sin que eso les signifique un problema. Obviamente, estamos muy lejos de que esto suceda”.

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