La novela Cae la noche tropical, actualmente llevada al teatro, no era de las obras más visitadas de Manuel Puig. En ella, como en sus textos anteriores, están presentes esas voces que de tan bien construidas parecen oírse y no hay un narrador que se inmiscuya en ese fluir de la conversación entre personajes.    

La novela, publicada en 1988, es la última del escritor de oriundo de General Villegas. Su tema es la vejez; sus heroínas, dos ancianas. Luci, una mujer argentina, se había visto forzada a vivir en Río de Janeiro tras el exilio de su hijo durante la dictadura cívico-militar iniciada en 1976. Varios años después, su hermana Nidia, que acababa de sufrir la muerte de su hija Emilse, se traslada temporariamente a la casa de Luci. Estos dos personajes se manifiestan a través del diálogo, que tendrá como objeto la vida sentimental de la vecina Silvia. En un principio, Luci asume el rol de “narradora” de la historia de Silvia para distraer a su hermana.

En sus primeros tres capítulos, el relato está apoyado únicamente en las voces de las ancianas protagonistas, Luci y Nidia. El diálogo directo da una sensación de puro presente y nos deja frente a la representación de una realidad que siempre está siendo construida. En el capítulo cuatro se advierte la presencia de otro de los materiales con los que se construye la novela: los fragmentos periodísticos que lee Luci. En los capítulos cinco y seis se retorna el diálogo puro entre las protagonistas pero, a partir del capítulo siete, otros géneros discursivos se integran a la novela: la carta, el acta de denuncia policial, la conversación telefónica y, finalmente, el informe de vuelo de una aerolínea. Mientras que en la primera mitad de la novela es el diálogo cara a cara el que organiza el relato; en la segunda mitad, tras el viaje de Luci a Lucerna y su posterior deceso, la carta es el discurso organizador que aglutina en torno de sí las presencias intermitentes de otros géneros discursivos.

El mundo de la vejez, considerado comúnmente como una etapa de la vida en que las decisiones son tomadas por otros, es puesto en primer plano. En este sentido, la presencia de las voces de las protagonistas sin mediación del narrador, sin tutelas, resulta solidaria con la elección del objeto de representación. La voz de las ancianas no necesita de interpretaciones para hacerse oír, constituye una palabra autónoma que se vale por sí misma. La transformación del personaje de Nidia se muestra en su cambio gradual con respecto a la valoración de Silvia, a quien al principio juzga por llevar una vida “licenciosa”. Este cambio de valoración será el inicio de otra transformación aún mayor: Nidia pasa de conformarse con oír historias ajenas a construir su propia historia, en rebelión contra quienes pretenden tutelarla.

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